A diferencia de las primeras vacunas que se evaluaron en ensayos clínicos (de Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Janssen, Sinovac...), las vacunas experimentales actuales se enfrentan a múltiples retos: por un lado, existe una alta cobertura vacunal en los países desarrollados, con más del 50%-60% de la población inmunizada con al menos una dosis. Además, casi la totalidad de las personas más ancianas han sido completamente vacunadas en muchas de las naciones anteriores.
Esta situación dificulta encontrar a participantes que cumplan con los requisitos para poder evaluar las vacunas contra la COVID-19 y obliga a la investigación clínica de estas herramientas preventivas a adaptarse.
Para conocer con rigor cuál es la eficacia de una vacuna experimental frente a la COVID-19, esta debe probarse a través de ensayos clínicos en personas no vacunadas y que no hayan estado expuestas previamente al coronavirus, en comparación con un grupo de personas que reciban placebo o una vacuna ya comercializada.
Una estrategia que se está tomando para evaluar nuevas vacunas contra la COVID-19 en países desarrollados es seleccionar a población más joven, cuyo porcentaje de vacunación aún no es tan alto comparado con los colectivos de mayor edad.
Varios análisis al respecto destacan el papel cada vez más relevante que tendrán los países en desarrollo para probar nuevas vacunas en fase III, incluso con el uso justificado de grupo placebo, por tener estos lugares opciones limitadas para acceder a las vacunas ya comercializadas.
Ninguna de las vacunas comercializadas en la actualidad está diseñada para evitar la infección por el coronavirus. Es decir, no ofrecen inmunidad esterilizante. En su lugar, su objetivo principal es evitar enfermedades graves y muertes por la COVID-19 entre las personas vacunadas. Esto implica que las personas inmunizadas con las vacunas pueden contagiar a otras si se infectan por el SARS-CoV-2.
A largo plazo, lo ideal para todo el mundo sería contar con vacunas que permitieran desarrollar inmunidad esterilizante, pues no solo protegerían frente a la COVID-19, sino que también impedirían el contagio a partir de las personas vacunadas. Esto sería una gran ventaja en el control de la pandemia.
El objetivo es conseguir bloquear el paso del coronavirus al cuerpo a través de la nariz y evitar así la infección. Una de las mayores incógnitas tras las vacunas actuales es por cuánto tiempo se mantendrá su capacidad protectora frente a la COVID-19.
Son varios los estudios clínicos que están evaluando la administración de dosis de diferentes vacunas (pauta heteróloga), en comparación con la pauta convencional en la que se inoculan dos dosis de la misma vacuna (pauta homóloga). Aunque faltan todavía detalles por conocer, los resultados arrojados hasta ahora son positivos con respecto a las pautas heterólogas.
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